Cada 23 de enero los
venezolanos toman la calle para celebrar el inicio de la democracia. Así ha sido
siempre, todos los años. Unas veces con mucha gente y otras con pocas, pero
muchos lo celebran. Aun sin llevar estadísticas de esas concentraciones
seguramente todos coincidirán que lo visto este año (2019) supera cualquier
otra. Una enorme concentración para reivindicar la democracia y para rechazar a
quienes la han desdibujado, vaciado de contenido y de sus formas en el ejercicio
del poder.
¿Cómo pudo una oposición
fragmentada, dividida y desarticulada hacer posible la convocatoria masiva de
venezolanos a enormes concentraciones en todo el país? ¿Se habrá ganado el perdón
de los venezolanos luego de varios años de erráticas políticas? ¿Qué cosa hizo
posible una reacción tan contundente como la observada? Meras preguntas frente
a un sinnúmero de interrogantes que deambulan en las cabezas de muchos. Hay muchas
preguntas que el tiempo ira respondiendo, pero, por lo pronto, el 23 de enero
quedó dilucidada la potente capacidad intimidatoria en manos de la oposición.
La soledad es ahora la fiel y
fría compañía de Maduro y los suyos. El gobierno debe responder al escenario
que ahora tiene al frente. Ya no le sirven ofertas de diálogos abstractos. La
nueva realidad, expresada objetiva y concretamente, los coloca en la circunstancia
de tener que tolerar una oposición que no le es posible desaparecer con el uso
de la violencia, aun cuando disponga de los instrumentos para hacerlo.
Ya no se trata de una oposición
política asilada y ensimismada; la nueva realidad, que quizá nunca tuvo, es un
fuerte y potente respaldo popular y un acompañamiento decidido del medio
internacional. No cuenta el gobierno con los recursos económicos para satisfacer
las ingentes necesidades del país, no dispone de respaldo popular…Maduro dispone
de muy pocos instrumentos para sostenerse en el poder y los pocos que dispone
pueden convertirse, llegado el momento, en la llave para una triste despedida.
El gobierno podría querer
hacer uso de tiempo para elaborar una agenda para una solución política
ajustada a sus pretensiones, pero tampoco tiene en sus manos la capacidad de
imponer una salida a largo plazo. Una solución política a las circunstancias del
presente pasa por unas elecciones de muy pronta realización.
La reciente decisión de la
Unión Europea con la creación de un Grupo de Contacto en nada contraviene la convicción
de la mayoría de los venezolanos respecto a la certeza de que la AN es una institución
legitima y democrática, por lo que “debe
ser protegida y preservada en sus prerrogativas”. Además, advierten, que
las elecciones del 20 de mayo no tuvieron legitimidad democrática. Que el Grupo
de Contacto estime 90 días de trabajo no cambia el parecer de fondo de sus integrantes,
esto es: la AN es legítima y el proceso del 20M ilegítimo.
No
tiene Maduro de donde asirse y los hilos del poder ya lucen delgados,
desgastados y particularmente débiles. No hay escarpia que aguante el tamaño y el
peso del enorme fracaso que resultó su paso por el poder. Su tragedia, además,
reside en que los instrumentos de poder lucen extraviados: prácticamente el
medio internacional no lo reconoce como presidente legítimo y exigen elecciones
auténticas, su posibilidad de obtener obediencia interna es cada vez más
precaria y, en algún momento, no podrá recurrir al ejercicio de legítimo de la
violencia porque podría eventualmente ser desconocido por el factor que lo
sostiene en el poder.
En
un brevísimo tiempo hemos llegado a una situación de no retorno. Maduro y su
corte deberán apartarse del camino, a fin de que la agenda opositora, anunciado
al país a través de Juan Guaidó, se cumpla.
Fin
del juego, sr. Maduro, “game over”
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